Tiene razón Giovanni Papini cuando dice que Cristo fue un obrero, antes y durante su ministerio. Lo fue siendo niño y adolescente. No provenía de una familia adinerada, nada más alejado de eso. Era tanta la humildad de su familia, que no pudieron cumplir en primer término con la ley, que estipulaba que al nacer un hijo, los padres debían dar en ofrenda de agradecimiento un cordero, el mejor con el que se contara. La ley preveía que si la familia estaba en situación económica estrecha, se podían dar dos tórtolas. Pero si ni siquiera se pudieran dar estas dos tórtolas, entonces se podían dar dos medidas de era de harina.
Jesús aprendió el oficio de carpintero de su padre humano, José. Era un oficio duro, pero el cual permitía llevar el alimento al hogar. Como a tantos pobres de su tiempo, nadie le regalaba nada.
Al enviudar Maria, la responsabilidad recae en Jesús, por ser el mayor. Desde pequeño, Jesús es conciente de la misión a la que ha sido enviado: ser el salvador de los hombres. Pero esta labor, aunque la más importante que pueda haber, tendrá que esperar. No sería correcto ni amoroso dejar a su mamá, hermanos y hermanas a su suerte, mientras el lleva por todo el distrito de Judea el mensaje de que el Reino de los cielos se ha acercado. No. Pues como escribiera Pablo, años después: un hombre que no provee para su casa es peor que un hombre sin fe. Y que de hecho, está repudiando la fe. Jesús lo sabe y trabajará duro los años que sean necesarios, hasta que sus otros hermanos puedan hacerse cargo.
Cristo siendo predicador también sería obrero. Su mensaje de esperanza, seria transmitido de forma sencilla. Aún y cuando el Mesías proviene del linaje de los reyes David y Salomón, no es el oropel ni el lujo su distintivo. El hijo del hombre no tiene si quiera dónde reposar su cabeza, dijo una vez. Y era verdad.
Por eso sus palabras llegaban al corazón de las personas. El sufrimiento, la pobreza, la injusticia, el dolor, los conocía. Los había vivido. Sus palabras tenían el peso moral del que tiene experiencia.
Fue un hombre pobre hasta su muerte. Tanto así, que un buen hombre acomodado se ofreció para darle una sepultura decente.
Esta sencillez del hombre más grande que ha pisado la tierra, contrasta con el lujo y la estridencia de los que en nuestros tiempos se asumen como sus representantes. A éstos, les gusta vestir elegante, portar joyas y comer de lo mejor. Además, les gusta que los adulen.
Mientras Cristo fue felizmente un obrero. A sus “representantes” les gustaría más ser gerentes. Qué distinto.